Mohamed Salem Abdelhay.
Sucesión de crisis diplomáticas, ausencia de paz regional, tensiones abiertas...el fiasco político de Marruecos tras la declaración de Trump y la posterior e impotente firma de los acuerdos abrahámicos, que aún esperan desarrollarse plenamente debido a que han quedado supeditados al internacionalmente rechazado reconocimiento trumpista de la supuesta soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, han causado un estado de histeria colectiva en la diplomacia alauita, que ha iniciado frentes contra todo aquel que se ha opuesto a violar la legitimidad internacional usando para imponer sus objetivos la inmigración irregular, el chantaje económico, declaraciones amenazantes y la congelación de la cooperación bilateral.
Ahora, con un panorama bastante inflamable debido al ulterior, y no deseado, desarrollo de los acontecimientos en torno al expediente saharaui que contradice la retórica con la que se promovió el acuerdo israelo-marroquí de traer paz a la región. Marruecos emerge en el horizonte como el gran perdedor del acuerdo trilateral; los dos memorandos que se firmaron; venta de drones estadounidenses y reconocimiento de la soberanía sobre partes del Sáhara Occidental solo perviven como el 'cebo' que fue para engatusar a Marruecos, pues ninguno se ha hecho realidad.
Marruecos y los Acuerdos Abraham; mucho ruido, pocas nueces.
Marruecos, un país regado de ayudas económicas y títere de Francia y EE.UU, se pensó fortalecido geopolíticamente tras sellar con Israel la normalización cuyo propósito solamente ha beneficiado a la agenda del país judío, empujado por EE.UU y los Acuerdos de Abraham para maximizar la ola de normalización con los estados árabes, extender la campaña anti-iraní de la Knesset por África y sumar países en la alianza contra Teherán. Ciertamente y sin miedo a equivocarnos, tras ocho meses de la normalización, solamente Israel y Trump han salido beneficiados en la medida en que no se han logrado los intereses marroquíes. Marruecos, a través de las instrucciones reales tras estallarle treinta años después la guerra del Sáhara Occidental, accedió apresurado y cegado a un acuerdo sin garantías. Ahora, el reconocimiento de la supuesta soberanía marroquí sobre territorios saharauis permanece en el limbo. Si la potencia norteamericana verdaderamente estuviera a favor, no tendría en reparos en repetir lo dicho por Trump que ni siquiera Francia ha apoyado.
Marruecos creyó que la declaración de soberanía de Trump supuso un espaldarazo y una palanca importante para su diplomacia, y a pesar de que la calificaron de ''histórica'', lo único que tiene de memorable es que sumió al país magrebí en una sucesión de crisis diplomáticas que derivaron en un aislamiento sin precedentes, enfrentándose a la potencia europea; Alemania, así como a dos de las potencias africanas: Argelia y Sudáfrica, a su principal socio comercial; España, otra crisis mediática con Francia por espiarle, y por si fuera poco, acusó a Irán sin fundamento alguno más que el de la genuflexión a la agenda sionista para ganarse el apoyo estadounidense. Esta actitud basada en una estrategia de choque prueba que es Marruecos quien está tomando las decisiones equivocadas y no el resto de países involucrados.
En consecuencia, esto nos permite concluir que, lejos de una paz permanente en la región, los Acuerdos de Abraham entre Israel, Marruecos y los EE.UU no constituyen un paso hacia una paz duradera, y esto es debido a que incluyen precisamente la ocupación del Sáhara Occidental, causante de todas las crisis diplomáticas marroquíes desde su firma el pasado Diciembre.
El sentimiento de irrelevancia.
Acostumbrado a implicar a terceros países en el contencioso del Sáhara Occidental, se ha vuelto en su contra, ahora ya no se trata de solo la ocupación de un territorio ajeno, sino que, torpemente, ha arriesgado sus intereses económicos, geopolíticos y comerciales inflamando el terreno político para el cual su escasa fuerza diplomática no está preparada, y esto se refleja en el hecho de entregarse plácidamente a alianzas contrarias a los intereses del pueblo marroquí para intentar ganar peso e influencia. Finalmente, ¿qué no estarás dispuesto a hacer para proteger tus puntos débiles?
Marruecos se vende como una potencia regional, quiso probar su peso geoestratégico y el alcance de su influencia política y el resultado está a la vista. Su grandilocuente papel en los Acuerdos de Abraham se ha reducido a ser el de ''tonto útil'' en los planes de EE.UU en su guerra comercial contra China y en los de Israel en su obsesiva política contra Teherán, y sin recibir nada a cambio aún habiendo firmado y 'hecho los deberes.' No puedes venderte como potencia regional cuando careces de elementos influyentes en la escena regional que limitan considerablemente tu acción política.
Precipitaciones y falta de miras ante un contexto divergente.
En un contexto dominado por las consecuencias de la pandemia, el conflicto saharaui reavivado, una coyuntura regional marcada por una reordenación de las alianzas y equilibrios geoestratégicos, una nueva configuración del Magreb, además de una feroz batalla comercial entre China y EE.UU. A un ingenuo Marruecos se le subió a la cabeza jugar un rol importante a través de los Acuerdos de Abraham y ha terminado aislado y amargamente debilitado.
Más aún, el estado de confusión se refleja notoriamente en sus posiciones contradictorias en estos últimos meses; mientras enconaba su crisis con España y la Unión Europea, negociaba y firmaba ayudas económicas con Bruselas, y mientras normalizaba su relación con el estado sionista, recibía con altos honores en Rabat al líder político de Hamás, Ismail Haniya. Este doble juego viene a demostrar que los funcionarios marroquíes se dieron cuenta de los errores cometidos e intentan reequilibrar la situación resultante de su inmadurez política.
Hay una ley inmanente en política que reza que la fuerza de cualquier política es limitada cuando la contradicción con los hechos es demasiado grande. Marruecos no consideró debidamente varios factores antes de aventurarse junto a Israel y EE.UU en un acuerdo que ha traído más malestar que bienestar. En segundo lugar, la situación interna y la opinión de su pueblo fue ignorada como es habitual, salvo que en este caso las circunstancias en las que se dio indignó al pueblo marroquí por tocar un tema tan delicado como la causa palestina, por lo que no ha hecho sino aumentar la brecha entre la ciudadanía marroquí y la élite gobernante. Marruecos, tímidamente, está retractándose de sus errores de cálculo y recoge los platos rotos.
De la crisis al control de daños.
Tras el inútil desgaste diplomático que no ha servido más que para degradar la imagen de Marruecos y poner en la palestra la ocupación del Sáhara Occidental, en su reciente discurso por el aniversario de la llegada al trono, el rey alauita ensalzó a la vecina Argelia, ha retomado el diálogo con España y al momento de escribir este artículo, están revisando sus enteras relaciones bilaterales. Esto podría leerse en clave de distensión no con el objetivo de una paz duradera que conlleve a la descolonización del Sáhara Occidental sino para evitar remover el avispero sobre una cuestión que sabe que le supera y de paso mitigar la tensa rivalidad con los países vecinos. Las palabras de Mohamed VI son un mero ejercicio de relaciones públicas. Antes de exigir ''buena vecindad'' y ''diálogo'' hay que centrarse en las razones que lo impiden. Marruecos, según qué país, vincula y desvincula a su antojo la cuestión del Sáhara Occidental al desarrollo de las relaciones diplomáticas.
No obstante, el enfrentamiento no es opción para un régimen que vincula la invasión a su existencia y considera enemigo a todo aquel que exija el derecho de autodeterminación para el pueblo saharaui como dicta la legalidad internacional. Tras un estrepitoso fracaso intentando imponer la soberanía sobre el Sáhara Occidental, Marruecos pasa al plan B; recurrir a Israel, otro síntoma de su debilidad y acorralamiento. De exigir la soberanía sobre el Sáhara Occidental a conformarse con que el estado hebreo acceda el pasado mes a la Unión Africana como miembro observador y junto a Rabat, miembro desde 2017, sobornen a una serie de países en una reunión en Accra (Ghana) promoviendo la expulsión de uno de los miembros fundadores, la República Saharaui. Esta descabellada idea solo puede ser producto de la confusión majzeniana entre política interna y externa, pretender que salga adelante para allanar el terreno de su agenda expansionista, es un loable esfuerzo de credulidad.
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