España y el despliegue público de la diplomacia regia con Marruecos.


Por Ángel Ballesteros

Madrid (ECS). - “Caminemos juntos y establezcamos ya una relación para el siglo XXI sobre pilares más justos y sólidos”, termina de proclamar Felipe VI en su alocución anual al cuerpo diplomático, al tiempo de enfatizar, junto al “ya”, la asimismo apremiante necesidad de contribuir a la consolidación de un espacio común euromediterráneo, en el norte de África, de paz y prosperidad.

Ha sido la respuesta a la invitación formulada por Mohamed VI, el pasado agosto, en la Fiesta de la Revolución del Rey y del Pueblo, al anunciar “una etapa inédita en la relación bilateral, basada en la confianza, la transparencia, el respeto a los compromisos y la consideración mutua”.

Ambos monarcas, con atribuciones formales y reales diferentes pero idénticas o muy similares ante la necesidad (“la necesidad sería la inventora de la diplomacia”, plasmó Vera Zúñiga, en El Embajador, ya en 1620, como recoge algún tratadista nuestro) conciertan el blessing a fin de superar una crisis que se manifestaba abruptamente con la retirada de la representante alauita en mayo, hace ya ocho meses, donde la escalada, esa sí que “inédita”, alcanzaba cotas no ya incalificables, ahí incluido “el ninguneo”, en la acuñación de Araceli Mangas, rabatí hacia Madrid, que encajando un touché tras otro, resultaba inaceptable, y eso, buscando el eufemismo.


Al menos en tres artículos y alguna conferencia, alguno remitido, innecesariamente, al muy eficaz Tte. General de la Guardia Civil, secretario general de la Casa de SMER, recordé, pedí, la intervención real, el papel de la diplomacia regia, instrumento excepcional y subsidiario, antes que complementario de la acción del gobierno, con el que cuenta y ha ejercido España en las relaciones con Marruecos, a través de Don Juan y de Juan Carlos I, y donde yo, y otros, claro, propugnábamos, en mi caso sin demasiados apoyos visibles, que (casi) todo hay que decirlo, la intervención del rey, cierto que para una interlocución más que cómoda, al menos en relación con sus progenitores, “pragmática”, como se la ha calificado en alguna ocasión en Rabat, mientras que el gobierno, que tampoco habrá necesidad de traer a colación su incapacidad para enmendar la situación, ni siquiera en grado de subsistencia, reconocía, aunque sotto voce, que “se acudirá a todos los medios”.

Y así se ha hecho. Sólo que, al parecer amén de un cierto retraso, con una diferencia de técnica diplomática desde Madrid, en la que antes los contactos fueron secretos y ahora han pasado a públicos. El matiz, manifiesto, también comporta el permanente dato antes que subdato, de que desde Rabat siempre se pregonan las relaciones, porque sí para nosotros son defensivas, invariablemente jugamos con las negras en tan proceloso tablero en lugar de utilizar, cuando se pueda, la iniciativa que proporcionan las blancas, para el añorado por mí vecino del sur, constituyen el ideario programático e irrenunciable del credo alauita: “la recuperación de sus ciudades y territorios”.

Ahora, teóricamente finalizada la fase de la diplomacia regia, donde yo he insistido que consistía, que se limitaba, a que se sentaran las partes, dado que cualquier otra aproximación ha de desestimarse por en principio escasamente profesional, término que debería de jugar más en materia de contenciosos y diferendos, ahora, decíamos, comienza la etapa decisiva, donde reitero que la actuación de Moncloa, Santa Cruz et alii, ha de ser de muy alta diplomacia, permitiendo compatibilizar el profundizar y antes encauzar los contactos con Marruecos, los más ricos, históricos, especiales y complejos en la globalidad de todas nuestras vecindades, con el respeto a los principios.

Que así sea.
 
PS. Durante estos meses, pedí a Moratinos, el titular de Exteriores mejor conocedor de las relaciones con Marruecos, que hiciera ver en Santa Cruz la conveniencia de contar conmigo, desde la evidencia de que mi competencia en nuestros contenciosos diplomáticos está reconocida dentro y fuera de España, quizá némine discrepante. “He hablado personalmente con el Ministro, que aprecia tu trabajo y dedicación personal pero al que tu situación de jubilado le impide darte una responsabilidad oficial”. Yo me he ofrecido hasta ad honorem.

Aparte de que hasta administrativamente y no digamos políticamente existen los eméritos, y ahí tienen tan contento y eso que ni siquiera le ha recibido el soberano, sin cuya venia personal se antoja menos factible avanzar por las intrincadas dunas saharauis, al bueno de De Mistura, conmigo, “tus aportaciones son siempre bienvenidas”, me escribía el injustamente defenestrado jefe de gabinete, único cuatro veces, y si me permiten dar un toque que quiere ser festivo, para evadirse un tanto de la aridez del tema de hoy, y me temo, quién sabe de seguir así las cosas, que esperemos que no, que de mañana, como elocuente aunque forzado ejemplo, quiero creer que no se hubiera lanzado aquello de “pondré la bandera en el Peñón en cuatro meses”. Escribo estas líneas a mi vuelta ayer de Ceuta, desde Gibraltar. Yo iría bien para los tres grandes contenciosos en Sotogrande. Que así sea, también. 

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