El pueblo saharaui ahora sabe y no debe olvidar que el equilibrio de poder sigue siendo el factor que cambia las cosas sobre el terreno.
Por Lehbib Abdelhay
Madrid (ECS). - Estados Unidos no reconoce, hasta el momento, la anexión rusa de la península de Crimea efectuada en marzo de 2014, postura mantenida hasta ahora también por la administración Biden. El reconocimiento a la anexión rusa de Crimea podría estar de nuevo sobre la mesa. EE.UU, que rechazó la acción rusa, declaró una decisión similar en el norte de África. El 10 de diciembre de 2020, el ex presidente Donald Trump reconoció la soberanía marroquí sobre el total del territorio del Sáhara Occidental a cambio de la normalización de lazos diplomáticos entre Rabat y Tel Aviv.
Ocho años después, el 22 de febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania. Sin embargo, hablar de la "invasión" rusa de Ucrania e ignorar la invasión marroquí sobre el Sáhara Occidental, es un sin precedentes en la diplomacia internacional. Impedir que un país expanda su territorio por la fuerza fue un principio fundamental de las Naciones Unidas. De hecho, fue este mismo principio el que llevó a Estados Unidos a implicarse en la Guerra del Golfo en 1991 tras la invasión y anexión de Kuwait por el ex líder de Irak, Sadam Husein.
Desafortunadamente, existen serias dudas sobre si la administración Biden realmente apoya este estándar legal fundamental. Los mapas del norte de África adoptados por Naciones Unidas, y otros organismos internacionales, sitúan al Sáhara Occidental en la costa atlántica encajada entre Marruecos y Mauritania; mientras los mapas autorizados por parte del gobierno de los Estados Unidos, sin embargo, sitúan a ese territorio como parte del Reino de Marruecos, es decir, sin la línea que delimita entre la frontera de los dos territorios. El Sáhara Occidental, conocido formalmente como República Árabe Saharaui Democrática (RASD), ha sido reconocido por 84 países y es un Estado miembro de pleno derecho de la Unión Africana. Marruecos invadió militarmente esa región, entonces conocida como Sahara español, justo antes de su independencia programada del dominio colonial en 1975.
A pesar de eso, en sus últimas semanas en el cargo, el ex presidente Donald Trump reconoció formalmente la soberanía marroquí sobre el territorio ocupado, incluido aproximadamente el 25 por ciento del Sáhara Occidental que todavía está bajo el control del gobierno de la RASD. La administración Biden ha rechazado, al menos hasta ahora, los llamamientos del Congreso para revertir la decisión de Trump y Washington sigue siendo un caso atípico internacional.
A pesar de mostrar un gran interés sobre un moribundo Proceso de Paz liderado por la ONU, Estados Unidos está de acuerdo con la política de agresión adoptada por la monarquía marroquí, en que la independencia no debería ser una opción para la población autóctona, conocida como el pueblo saharaui, que cuenta con una historia, un dialecto y una cultura totalmente diferente. El régimen marroquí, envalentonado por el reconocimiento de Trump e Israel, insiste en que la independencia está completamente descartada y, como mucho, está dispuesto a ofrecer solamente un grado limitado de "autonomía" bajo el dominio marroquí.
La Casa Blanca insiste en que las sanciones que Estados Unidos y la Unión Europea impusieron a Moscú por la guerra de Ucrania "seguirán vigentes hasta que Rusia devuelva Crimea y las repúblicas del sur del país a Ucrania". Pero a diferencia de la declaración del acuerdo tripartito de Trump sobre el Sáhara Occidental, la acción rusa en Ucrania fue la más exitosa realizada por una potencia en el siglo XXI, marcó el retorno de Rusia como uno de los principales actores del panorama geopolítico mundial, posición que había perdido tras el fracaso del sistema comunista y la caída de la UURS en 1991.
A finales de 2020, Trump y su yerno Jared Kushner protagonizaron una operación clandestina e ilegal para impulsar la normalización entre el mundo árabe y el Estado sionista de Israel. Al oficializarse ese acuerdo, el pacto entre Marruecos, Israel y EE.UU, no gozó de la misma trascendencia que otros pactos entre Israel y países árabes- UAE, Sudán, Bahréin-, el mismo Nasser Bourita, ministro de Exteriores de Marruecos, señaló en su momento para enfriar el ambiente: ''Desde nuestra perspectiva, no estamos hablando de normalización porque las relaciones ya eran normales.'' Dejando en entrever que la cuestión saharaui era el verdadero fondo de la normalización. Luego, si Joe Biden revierte la decisión de Trump, ésta no debería afectar en lo mínimo a las relaciones israelo-marroquíes, sea lo que fuere, es muy útil para el chantaje diplomático. Pero si Biden no la revierte, ¿cómo podrá conjugar su posición de que Ucrania está invadida y el Sáhara Occidental no? Aceptarlo implicaría conceder argumentos a uno de sus grandes rivales y una bofetada a Europa, África y a la ONU. Esta es una de las mayores bazas del conflicto saharaui, que puede hacer tambalear las alianzas y bloques regionales.
La complicación de la situación se debe a la propia complejidad de los vínculos de Estados Unidos con Israel. Este último, al presionar a Trump para que "complaciera" a Mohamed VI, logró a través de un acuerdo de bandoleros que una miríada de Emiratos insolentes del Golfo con larga tradición de arrodillarse, firmaran los acuerdos de Abraham debido a la protección de Estados Unidos. Por tanto, no es fácil, por el momento, tocar esta construcción que sirve al mismo tiempo a Israel, Marruecos y los Emiratos Árabes Unidos, Estados todos bajo la dependencia estadounidense.
Posición difícil para Biden pero no para el estado estadounidense a largo plazo. Porque todas estas hermosas personas, que por el momento están por la perilla por razones conocidas, sufren la misma pesadilla: Irán. Y las pesadillas a menudo engendran "enfermedades" que estropean la arquitectura política más bella.
Este desconocimiento de las reglas del equilibrio de poder le hace creer que puede hacer cualquier cosa tras regalar un país con la única bendición de unos pocos "amigos". Sucede que este país regalado por Trump (Sáhara Occidental) está habitado por el pueblo saharaui y ubicado en una región, donde, por cuestiones geoestratégicas de un país vecino y grandes potencias, le impiden actuar como en un zoo.
La facilidad o dificultad en la tarea de revocarlo depende en gran medida de la perspectiva con la que lo miren en Washington. Al final, el fondo de cualquier desencuentro político que atañe a la causa saharaui nos lleva inevitablemente al ámbito legislativo, porque es simple y llanamente una cuestión de aplicación del derecho internacional contra la dudosa voluntad de los gobernantes mundiales, aunque para eso se supone que está la ONU, se supone y se sigue suponiendo.
Si el presidente Biden, unos meses después, sintió la necesidad de enviar al jefe del Departamento de Estado, Anthony Blinken, seguramente fue para dinamitar la política agresiva de Trump y significa que prefiere las armas pacíficas de la diplomacia y el multilateralismo. Actualmente lo está mostrando al negociar con Irán sobre su programa nuclear, a riesgo de enfurecer a Israel, y Rusia a riesgo de enfurecer a Ucrania y sus aliados europeos. ¿Qué le impide hacerlo por el Sáhara Occidental siendo el coste político mucho menor cuando Marruecos ni siquiera tiene los medios para pestañearle, y mucho menos encontrar otro protector? El tiempo lo dirá. Dicho esto, el pueblo saharaui ahora sabe y no debe olvidar que el equilibrio de poder sigue siendo el factor que cambia las cosas sobre el terreno.
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