● Después de Sarkozy y Holande, Macron quería hacer de Libia el emblema de una política exterior audaz, pero debe enfrentar lo obvio: para evitar perder el equilibrio, es mejor contar con un aliado sólido.
Argel, 25 abril de 2019. -( El Confidencial Saharaui).
Por R.D/ECS.
Le Drien y el mariscal Haftar/agencias |
En el infierno libio posterior a Gaddafi, Francia tuvo una obsesión, aún más apremiante después de los ataques terroristas de París en 2015: evitar que la Organización del Estado Islámico (EI) tome el control de este territorio estratégicamente ubicado en el Mediterráneo, desde las puertas de Europa, y cuya unidad está seriamente amenazada por milicias rivales tras la intervención militar liderada por el ex ministro de defensa francés y actual ministro de Exteriores, Jean-Yves Le Drian.
Esta preocupación fue aún más efectiva tras la intervención militar franco-británica en Libia en 2011, que terminó con a la caída del Coronel Gaddafi. Francia no habia hecho bien sus cálculos, ya que sus operaciones militares están relacionadas con el caos en el que se había arraigado el El Estado Islámico en Libia.
En cierto modo, París y Londres se encontraron con una obligación no oficial de proporcionar el "servicio postventa" de su intervención. Este deber moral, junto con la prioridad de seguridad, adquirió una dimensión adicional con la crisis migratoria de 2015.
Heredando el caso en un momento de calma, el actual presidente Macron quiere hacer de Libia el emblema de una política exterior audaz y protectora contra el terrorismo y la migración incontrolada. El ex ministro de Defensa, Jean-Yves Le Drian, asegura la continuidad de la línea Haftar, al tiempo que apoya la búsqueda de una solución política bajo los auspicios de la ONU.
Desafortunadamente, en esta ambición de una "Europa que protege" en la que la diplomacia francesa desempeña un papel de liderazgo, Francia permanece tan sola como bajo la presidencia de Hollande. A veces por su culpa, descuidando, por ejemplo, asociar a Italia con sus esfuerzos. Pero también porque los intereses y las rivalidades de las grandes potencias se mezclan con el duelo entre el mariscal Haftar y el jefe del gobierno de unidad nacional, Faïez Sarraj, contra el que Haftar lanzó una ofensiva contra Trípoli el pasado 4 de abril.
Las fuerzas de la coalición liderada por Francia ayudaron a los rebeldes armados libios a derrotar a Muammar Gaddafi, que fue capturado y linchado hasta la muerte por las milicianos el 20 de octubre de 2011. Sarkozy había dejado caer a un líder africano al que, pocos meses antes, había rehabilitado como aliado y financió su campaña electoral, según la justicia francesa. Pero ni Francia ni EEUU ni el Reino Unido terminaron su 'trabajo'. Libia fue abandonada a su suerte en la pelea de gallos de las milicias armadas que, tras derrocar al Hermano Líder, empezaron a guerrear entre sí. Hasta hoy.
Libia se ha convertido en el campo cerrado de todos los enfrentamientos en el mundo musulmán. Ante semejante caos, París debe enfrentar lo obvio: para evitar perder el equilibrio, es mejor contar con un apoyo sólido.
Tras la caída del líder libio, nacieron de la nada importantes grupos yihadistas africanos en el Norte de Malí, Lago de Chad, Burkina Faso y Níger. El terrorismo saheliano reorganizó sus fuerzas ante el incremento de la presencia militar de Francia y refuerza su posición ante la penetración de las fuerzas de la Operación Barkhane.