Cada vez que las mujeres hablamos o luchamos por nuestros legítimos derechos en las sociedades árabes o musulmanas, somos silenciadas por una serie de discursos sensacionalistas y con excusas triviales como “la mujer árabe es una reina en nuestra sociedad” o cuando se trata de nuestra tutela que suele ser de toda figura masculina menos nuestra, se nos dice: “Esto es por tu bien”, “es para protegerte de la cultura Occidental, para que no te desvirtúes hacia la infidelidad y la inmoralidad" (…), y otros argumentos evasivos.
Las reacciones que recibimos no son diferentes cuando hablamos de la discriminación en que viven las mujeres en nuestra sociedad. Siempre nos enfrentamos a un discurso emocional que es como un sermón o un disco rallado que se repite una y otra vez: “para qué te quejas, si tienes derechos y eres tratada con respeto”. “No sufres restricciones sociales o violencia ¿para qué te quejas entonces? “, y otros discursos que niegan la discriminación de género cuyo objetivo es reducir la lucha de las mujeres. Siempre somos tachadas de locas u occidentalizadas cada vez que hablamos sobre nuestros derechos. Nos tachan de perversas y nos intentan silenciar a como de lugar, desde nuestra familia hasta la sociedad. Nos restringen cualquier pensamiento que pueda ser percibido como Occidental o transgresor, ma frustración es inevitable con tantas limitaciones. Es como si nos enfrentáramos a un muro inquebrantable y todo cuanto hagamos o digamos es para que el viento se lo lleve.
Si nos detenemos en la estructura del sistema patriarcal en las sociedades árabes y nuestra sociedad saharaui, nos daremos cuenta de que compartimos las mismas estructuras y mecanismos represivos, desde la autoridad religiosa hasta la discriminación política, pasando por la económica y las costumbres sociales.
Religiosamente, todas las sociedades musulmanas compartimos las mismas enseñanzas, doctrinas y leyes con ideas masogenéticas y racistas que socavan la dignidad y el valor de las mujeres como seres humanos.
Políticamente, vivimos bajo el peso de las mismas dictaduras corruptas que disminuyen las capacidades de las mujeres luchadoras y elevan su sufrimiento y frustración eligiendo a otras mujeres pragmáticas que defienden sus posturas (las fundamentalistas) y así utilizarlas como herramienta para excluir, minimizar y dificultar la lucha de las librepensadoras, de las que nos arriesgamos a disentir y hablamos alto, las que somos catalogadas como colonialistas y occidentalizadas para desprestigiar nuestras teorías feministas.
Económicamente, las mujeres son las menos pagadas en la mayoría de los trabajos. El porcentaje de mujeres trabajadoras sigue siendo muy pequeño en comparación con otros países desarrollados debido al rechazo que las mujeres reciben por parte de la sociedad y la familia. Las mujeres en nuestras sociedades reciben una educación y enseñanzas basadas en los valores que las hacen depender emocional y económicamente de la familia sin pensar en su futuro o su independencia (autonomía) como una persona plenamente cualificada.
Las costumbres sociales se dedican principalmente a la imagen de la mujer vulnerable que está sujeta a la obediencia por parte de los miembros de su familia, y sentirse obligada a santificar su imagen y la de su familia mediante el matrimonio y la maternidad como roles inevitables para las mujeres que están acostumbradas a permanecer en silencio. Muchas viven en un entorno lleno de violencia y opresión y no son conscientes de ello, pues desde que nacen son señalizadas y culpabilizadas por haber nacido mujer. Lo más importante para la familia y sociedad es que la mujer sea propiedad de un hombre y estar subordinada a él, es la única manera de mantener intacto el honor de la familia. Cuando nace una niña, siempre es una desgracia, pues creen que hay mayor probabilidad de que manchemos el honor de nuestra familia, por eso intentan inculcarnos valores impregnados de restricciones.
En las sociedades musulmanas las mujeres sufren repercusiones y crímenes atroces en nombre del honor, ya que no tienen autoridad sobre sus cuerpos y no gozan de los derechos mínimos para protegerlos contra los matrimonios forzosos, la violencia doméstica, la violación marital, la del acoso verbal y sexual, la vergüenza, la opresión y el silencio que sufren cuando son víctimas de una violación sexual, las crisis psicológicas, los ataques depresivos y las guerras sociales en su contra por el escándalo, y los pretextos de la vergüenza y el honor, son los pilares que mantienen nuestra crítica situación en una sociedad cruel y que por encima de todo, vela por su honor.
No debemos olvidar el sufrimiento de la mujer saharaui en los Territorios ocupados; el Sáhara Occidental que es víctima de violaciones, la represión, la violencia, la ausencia de su derecho a la justicia y la exclusión, marginación y ausencia de leyes que la puedan proteger, la mujer saharaui que vive bajo la ocupación del régimen alauita.
Cuando existen sociedades/sistemas patriarcales religiosos, se encuentra un sistema racial masculino de clase basado en la opresión y la persecución de las mujeres, las minorías étnicas, de género y religiosas. Las mujeres somos el eslabón más débil y oprimido de todas las estructuras sociales.
Para finalizar, el discurso del “honor y reverencia a la sociedad que se espera de la mujer” o la amenaza de ser catalogadas como occidentalizadas y por tanto ser menospreciadas y vistas como “una cualquiera sobre la que tienen barra libre para llevar acabo acciones deleznables” es una excusa para limitar nuestra lucha y evitar que hayan librepensadoras que puedan expresarse públicamente.
La amenaza de la exclusión social y la amenaza de ser catalogadas como malas musulmanas para silenciarnos o, hacernos culpables del deshonor de nuestra familia si pensamos en alto, son meras tácticas para impedir una lucha feminista. El feminismo hará que destruyamos el mito del estereotipo de género y el sistema patriarcal que tendrá como resultado la erradicación de los privilegios de género, clase y etnia.
Las reacciones que recibimos no son diferentes cuando hablamos de la discriminación en que viven las mujeres en nuestra sociedad. Siempre nos enfrentamos a un discurso emocional que es como un sermón o un disco rallado que se repite una y otra vez: “para qué te quejas, si tienes derechos y eres tratada con respeto”. “No sufres restricciones sociales o violencia ¿para qué te quejas entonces? “, y otros discursos que niegan la discriminación de género cuyo objetivo es reducir la lucha de las mujeres. Siempre somos tachadas de locas u occidentalizadas cada vez que hablamos sobre nuestros derechos. Nos tachan de perversas y nos intentan silenciar a como de lugar, desde nuestra familia hasta la sociedad. Nos restringen cualquier pensamiento que pueda ser percibido como Occidental o transgresor, ma frustración es inevitable con tantas limitaciones. Es como si nos enfrentáramos a un muro inquebrantable y todo cuanto hagamos o digamos es para que el viento se lo lleve.
Para empezar, nos gustaría señalar que todos los países del mundo viven bajo el peso de un solo sistema; “capitalista y patriarcal”, que es multifacético y difiere de una sociedad a otra.
Si nos detenemos en la estructura del sistema patriarcal en las sociedades árabes y nuestra sociedad saharaui, nos daremos cuenta de que compartimos las mismas estructuras y mecanismos represivos, desde la autoridad religiosa hasta la discriminación política, pasando por la económica y las costumbres sociales.
Religiosamente, todas las sociedades musulmanas compartimos las mismas enseñanzas, doctrinas y leyes con ideas masogenéticas y racistas que socavan la dignidad y el valor de las mujeres como seres humanos.
Políticamente, vivimos bajo el peso de las mismas dictaduras corruptas que disminuyen las capacidades de las mujeres luchadoras y elevan su sufrimiento y frustración eligiendo a otras mujeres pragmáticas que defienden sus posturas (las fundamentalistas) y así utilizarlas como herramienta para excluir, minimizar y dificultar la lucha de las librepensadoras, de las que nos arriesgamos a disentir y hablamos alto, las que somos catalogadas como colonialistas y occidentalizadas para desprestigiar nuestras teorías feministas.
Económicamente, las mujeres son las menos pagadas en la mayoría de los trabajos. El porcentaje de mujeres trabajadoras sigue siendo muy pequeño en comparación con otros países desarrollados debido al rechazo que las mujeres reciben por parte de la sociedad y la familia. Las mujeres en nuestras sociedades reciben una educación y enseñanzas basadas en los valores que las hacen depender emocional y económicamente de la familia sin pensar en su futuro o su independencia (autonomía) como una persona plenamente cualificada.
Las costumbres sociales se dedican principalmente a la imagen de la mujer vulnerable que está sujeta a la obediencia por parte de los miembros de su familia, y sentirse obligada a santificar su imagen y la de su familia mediante el matrimonio y la maternidad como roles inevitables para las mujeres que están acostumbradas a permanecer en silencio. Muchas viven en un entorno lleno de violencia y opresión y no son conscientes de ello, pues desde que nacen son señalizadas y culpabilizadas por haber nacido mujer. Lo más importante para la familia y sociedad es que la mujer sea propiedad de un hombre y estar subordinada a él, es la única manera de mantener intacto el honor de la familia. Cuando nace una niña, siempre es una desgracia, pues creen que hay mayor probabilidad de que manchemos el honor de nuestra familia, por eso intentan inculcarnos valores impregnados de restricciones.
En las sociedades musulmanas las mujeres sufren repercusiones y crímenes atroces en nombre del honor, ya que no tienen autoridad sobre sus cuerpos y no gozan de los derechos mínimos para protegerlos contra los matrimonios forzosos, la violencia doméstica, la violación marital, la del acoso verbal y sexual, la vergüenza, la opresión y el silencio que sufren cuando son víctimas de una violación sexual, las crisis psicológicas, los ataques depresivos y las guerras sociales en su contra por el escándalo, y los pretextos de la vergüenza y el honor, son los pilares que mantienen nuestra crítica situación en una sociedad cruel y que por encima de todo, vela por su honor.
No debemos olvidar el sufrimiento de la mujer saharaui en los Territorios ocupados; el Sáhara Occidental que es víctima de violaciones, la represión, la violencia, la ausencia de su derecho a la justicia y la exclusión, marginación y ausencia de leyes que la puedan proteger, la mujer saharaui que vive bajo la ocupación del régimen alauita.
Cuando existen sociedades/sistemas patriarcales religiosos, se encuentra un sistema racial masculino de clase basado en la opresión y la persecución de las mujeres, las minorías étnicas, de género y religiosas. Las mujeres somos el eslabón más débil y oprimido de todas las estructuras sociales.
Para finalizar, el discurso del “honor y reverencia a la sociedad que se espera de la mujer” o la amenaza de ser catalogadas como occidentalizadas y por tanto ser menospreciadas y vistas como “una cualquiera sobre la que tienen barra libre para llevar acabo acciones deleznables” es una excusa para limitar nuestra lucha y evitar que hayan librepensadoras que puedan expresarse públicamente.
La amenaza de la exclusión social y la amenaza de ser catalogadas como malas musulmanas para silenciarnos o, hacernos culpables del deshonor de nuestra familia si pensamos en alto, son meras tácticas para impedir una lucha feminista. El feminismo hará que destruyamos el mito del estereotipo de género y el sistema patriarcal que tendrá como resultado la erradicación de los privilegios de género, clase y etnia.