Una neuronas como balas y unas semanas de guerra. (Primera parte)

Barcelona, 21 Diciembre de 2020. - (ECSAHARAUI) 

OPINIÓN 

Por Leonardo Urrutia Segura/ECS 


Marruecos, con su estrategia del silencio, pretende ocultar o negar la evidencia de la guerra. Creen que callando el mundo creerá que los partes de guerra que emiten diariamente los saharauis, dando cuenta minuciosa de sus operaciones de hostigamiento y bombardeos sobre el muro, son mentira, fantasías. Por eso su estrategia es mantenerse callados. Creen que así los niegan. Niegan la verdad y la realidad  por omisión. Pero no conocen el dicho que afirma que el que calla otorga.
Por eso este comentario y el siguiente, será sobre esta cuestión y sobre la neurociencia y su relación directa con la guerra del siglo veintiuno. Es un comentario que se me ocurrió esta mañana, después de que me mirara fijamente, inquietantemente, un gato negro.

Y es que hoy desperté temprano, como siempre. Cuando apenas despuntaba el día. Y, como suelo hacer tras asearme, me asomé al balcón y respiré profundamente. Un nuevo sol, más luminoso que el de ayer, generaba otra vez pura vida. Mi mirada comenzó a recorrer la calle, los edificios de enfrente, la montaña que se asoma por la izquierda de mi balcón, el escaso tráfico de la autopista que, justo en ese punto, ubica el peaje más grande de todo el país. El de más tránsito de España y situado en el corazón de Cataluña. Tramo en que se paga peaje. Y un peaje carísimo. Un peaje que, hace muchos años, prometieron eliminar, en cuanto la autopista se amortizase. Bueno, la autopista lleva hecha prácticamente 50 años. Y supongo que está amortizada varias veces. Pero nosotros seguimos pagándola.

Esa autopista es de las más caras del país. Lo que evidencia que esas promesas que nos hicieron, constituyeron una vez más la repugnante burla de esos grandes ladrones que sujetan como títeres a los políticos. Unos ladrones titiriteros que les hacen decir y hacer a sus títeres lo que a ellos les da la gana.

Obsérvese que refiero el término títere y no el término marioneta. Pues son diferentes. ¿Cuál es la diferencia? La diferencia es clara: Mientras la marioneta es un muñeco dotado de cuerpo, brazos, cabeza y piernas móviles, que el marionetista maneja a voluntad mediante unos hilos, invisibles o casi invisibles, accionados desde arriba o desde detrás del muñeco, el títere es un muñeco manejado, desde atrás y desde arriba a la vez, por el titiritero. Por ello, ese tipo de políticos títeres están absolutamente dominados, y aparecen como si fueran guantes que ocultan la mano del titiritero, O séase el empresario o banquero ladrones.

Bien pues, como digo, pensando en los grandes ladrones esta mañana, mientras inspiraba profundamente en el balcón de este tercer piso, me vino a la cabeza de modo inmediato el conflicto del Sahara. Un conflicto creado por ridículos títeres, manejados por esos grandes ladrones que siguen robando a los saharauis las riquezas de su tierra, el Sáhara Occidental. Un territorio al que ha vuelto la guerra, porque un pueblo digno, que demostró durante treinta años ser confiado, noble y paciente como ninguno, ha dicho basta. Ha dicho basta a este estado de cosas y ha echado a andar. Ha echado a andar, otra vez hacia la libertad.

En todo esto pensaba cuando mis ojos se fijaron en un gato negro que accedió de repente, viniendo de no se sabe dónde, a la acera del portal del edificio donde vivo.
Observé atentamente las evoluciones del minino. Ese, más que gatito, gatazo, perseguía un pequeño pájaro que se escabullía alternativamente entre los dos setos redondeados que emergen, como sendos arbolillos de apenas un metro de altura, del jardincito que flanquea la entrada al portal del edificio.

La pretensión del gato resultaba tan obvia como cómicos sus resultados. Pues se acercaba tranquila y suavemente, es decir felinamente al seto en el que había visto desaparecer al pajarillo. Y cuando asomaba su cabeza al interior del seto, el pajarillo volaba hacia el otro seto. El gatillo, bueno más bien el gatazo negro, pretendía ver con claridad en qué ramita del arbusto, densamente cubierto de hojas, se situaba el pajarito. Para ya podemos suponer qué.

Pero lo divertido es que cuando los ojos amarillos del gato eran detectados por el pájaro, este revoloteaba vivaracho mientras volaba directo al otro seto. De modo que resultaba entretenido y divertido ver como el pequeño pájaro parecía burlarse del gato.

Era tanta la atención que mantuve en el espectáculo tan interesante que se me ofrecía, que me estaba preguntando ¿qué sentirá el gato viendo como el pájaro se burlaba de él?

Así, al cabo de un rato y sin darme ni cuenta, como sin querer, pasé de pronto a dirigirme directamente al minino: ¿Qué piensas gato? ¿El pájaro se ríe de ti? Pero, aun así, crees que lo cazarás ¿verdad? Bueno, pues te pregunto directamente ¿podrás capturarlo? Es cuestión de paciencia y perseverancia ¿verdad? ¿Eso es lo que crees gatito…?

La verdad es que esos pensamientos no perseguían nada más que poner imaginaria y muda voz en off al espectáculo. No eran ni siquiera especulaciones sobre si el gato conseguiría atrapar el pájaro o continuaría perseverando infructuosamente. Para nada pretendían ser una comunicación telepática entre el gato y yo. Sería tonto por mi parte siquiera suponer esa posibilidad.

Pero de pronto el gato se detuvo, levantó la vista y me observó sostenidamente. Pensé ¿será que el gato se siente ridículo porque ha visto que yo estaba atento a ese espectáculo frustrante y seguramente deprimente para él? El caso es que, como no había nadie más que el pájaro, el gato y yo, en toda la calle, y el gato llevaba ya casi dos minutos mirándome fijo con sus preciosos ojos amarillos, no tuve por menos que saludarle sonriéndole con mi mano extendida.

Sé que es absurdo, pero me impresionó tanto la mirada sostenida del gato que, un poquito inquieto, llegué a pensar ridículamente ¿me habrá oído? ¿Cómo sabía que le estaba mirando en completo silencio? ¿Será este gato una gata, una gata como la gata Bastet egipcia? ¿Tendrá poderes mentales, intuitivos.., casi divinos…?

Lo curioso es que nos mantuvimos como un minuto así. Minuto del cual, en los últimos segundos, el cuadro era el siguiente: yo saludándole con mi mano abierta y moviéndola como si despidiera a un amigo y el manteniendo su mirada fija posada en mí. Pensando vete a saber qué. Porque no creo, sinceramente no creo, porque es imposible, que el gato escuchara mis pensamientos. Pensar que sí los escuchaba sería absurdo, irracional. ¿Absurdo? ¿Irracional? No se….
Sí, no sé, no sabemos.

Pero como dijese el gran matemático alemán David Hilbert,  con sus famosas palabras: “Debemos saber. Sabremos"
Y sobre este asunto es que va este comentario  Porque Hilbert ayudó mucho a Einstein con las matemáticas y las ecuaciones necesarias para su teoría de la relatividad. Y sus matemáticas abrieron el campo a la inconcebible e irracional, pero real y tangible, mecánica cuántica. Por eso nosotros vamos a hablar de algo aparentemente irracional, pero sin embargo científico y muy relacionado con la guerra.

En fin que cuando el gato, tranquilo y parsimonioso, decidió marchar calle abajo, yo cerré el balcón, me hice mi cafetito y me puse a escribir este comentario. Sin dejar de pensar en los amigos saharauis que luchan por la liberación de su patria y por alcanzar una paz digna, en los casi cuarenta días que llevan cumplidos de guerra.

Nuestro organismo, como el organismo de un gato, un chimpancé o una vaca, es un organismo electromagnético, cuyo funcionamiento puede influenciarse y alterarse por medio de ondas emitidas a determinadas frecuencias. Al igual que los pensamientos de una persona pueden convertirse en frecuencias y potencias electromagnéticas ondulatorias que pueden ser cuantificadas matemáticamente.

Existen máquinas robóticas y armas electromagnéticas  que se activan y funcionan sobre esas premisas, pues están basadas en el empleo de las ondas cerebrales, oscilantes entre los 14 y los 35 hertzios. Ondas que pueden alterar la percepción humana y provocar efectos y alteraciones sicosomáticos. Ondas alteradoras  que van, desde producir alucinaciones que pueden arrastrar a la locura, a provocar pulsiones que matan instantáneamente o enfermedades de orden citoplasmático que destruyen lenta o rápidamente.

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