Por TSA | ECS
Argel (ECS). - En esta difícil situación económica en la que hay que saber mantener la cabeza fría, es una suerte que al frente de la diplomacia argelina tienen un hombre que tiene el control de sus nervios y que podría tener como lema "Nunca seas apasionado ni impaciente."
Es un hombre tranquilo, equilibrado, honesto, que no es nada en una Argelia desangrada por unos pocos señores. También es un hombre paciente que nunca decide en el acto, que da tiempo al tiempo. Que no odia a ningún parte. Que observa sin juzgar.
Hay quienes están habitados por la envidia y el resentimiento, Lamamra solo está habitado por su oficio que no le da tiempo para odiar, verbo tan usado por los holgazanes.
Es sobre todo un hombre que domina perfectamente su trabajo. No es Lamamra quien hablará escandalosamente, quien alzará la voz, quien jugará con la barbilla ...
Todo esto se lo deja a quienes prefieren la apariencia a la coherencia, siendo el mejor ejemplo el joven y turbulento Bourita, cuya voz débil e insegura debería haberlo descalificado de este cargo que los grandes diplomáticos marroquíes mucho más maduros y reflexivos que han ocupado.
Si el Ministro de Asuntos Exteriores Bourita es el rostro del Marruecos de hoy, podemos temer sin temor a equivocarnos por el futuro de este país.
Pero volvamos al señor Ramtane Lamamra. Algunos lo comparan con Kissinger. Es verdad. Más allá del físico regordete que tranquiliza y cuya importancia conocemos del cojo Talleyrand, que supo jugar a las mil maravillas con su minusvalía para moverse o circunscribirse, también está este enfoque pragmático de la diplomacia.
Para ambos, las relaciones diplomáticas no son solo relaciones de poder, también son relaciones de cooperación, consulta y en ocasiones también de amistad, y ambos tienen el culto a la amistad, obviamente no sin interés.
La amistad etérea y romántica es buena para la novela, pero en política, como en diplomacia, llamamos a la amistad: alianza, y esta alianza se basa en intereses comunes.
Dicho esto, las relaciones amistosas tienen su parte en las negociaciones o en la toma de decisiones. Sabemos que Lamamra tiene en la agenda de su teléfono a los mayores influyentes diplomáticos y políticos del planeta.
No cayó del cielo. Es el fruto de cuarenta años de trabajo entre bastidores y en los pasillos que le ha permitido ser amigo de unos y confidente de otros.
Es su capacidad para mantener y preservar una relación a largo plazo lo que ha permitido al jefe de la diplomacia argelina ser una parte integral de los más grandes diplomáticos argelinos desde Saad Dahleb hasta Lakhdar Brahimi, pasando por Bouteflika y Benyahia.
Habiendo trabajado con algunos diplomáticos, en Argelia o en otros lugares, notamos una especie de hilo dorado que une a los más grandes: sin mentiras, sin falsas promesas; el deseo de favorecer siempre el compromiso sobre el interés, el diálogo sobre la ruptura, y cuando hay una ruptura, es porque la parte contraria juega en otra dimensión: el de la mezquindad política que consiste en decir una cosa y hacer la contraria.
Dicha actitud solo puede ser posible en el póquer, pero en la diplomacia el que pierde siempre es el que miente. En diplomacia, sin credibilidad estamos muertos. Acabando por transformarse en un bufón para divertir la gaceta.
En sus memorias John Kenneth Galbraith, ex embajador de Estados Unidos en Delhi, relata que después de la reunión entre JF Kennedy y el primer ministro Nehru, el presidente de Estados Unidos estaba confundido por los silencios de Nehru. Durante la mayor parte de la entrevista, Nehru no había abierto la boca.
Galbraith le dio las claves de esta actitud. Le explicó que cuando Nehru guardaba silencio era porque no estaba de acuerdo y cuando respondía era porque había un motivo de discusión. A Nehru, como Kennedy, no le gustaba virar. Ambos pensaron que mentir en política era una pérdida de tiempo.
También es el credo de cualquier buen diplomático que prefiere callar que mentir, callar que contar historias que terminan perjudicando al país al que pertenece el diplomático, porque finalmente, el diplomático, y más aún, el ministro de Relaciones Exteriores, es la imagen misma, positiva o negativa, fuerte o débil, luminosa o apagada, del país que representa.
Déjelo tropezar y todo el país tropezará. Que sea débil y todo el país será débil. Dependerá de él que todo el país reciba los beneficios. En la ruptura con Marruecos, decidida por el presidente de la República y anunciada por el ministro de Asuntos Exteriores, muchos argelinos han encontrado motivo de orgullo, aunque aquí y allá se lamenta que un pueblo tan orgulloso como nuestros hermanos y vecinos sea liderado por una casta belicosa que no se preocupa por las aspiraciones de ambos pueblos.
Es necesario separar al pueblo y su régimen. Tanto uno es fraterno como el otro es pequeño, y pequeño es un pleonasmo que es sólo el otro nombre de la diplomacia marroquí. Hay que decirlo todo, pero con estilo.
Habitado por el demonio de la diplomacia, poseído por su país y su historia revolucionaria, perseguido por el ejemplo de Ben M'Hidi, Ben Boulaid y Abane, Lamamra ama demasiado a Argelia para verla pequeña.
Fue ministro de Estado, ministro de Asuntos Exteriores con Bouteflika en el ocaso de su etapa, cuando estaba disminuido y ciertas voces decían que sin eso quizás nunca le hubiera apelado.
¿Por qué entonces? Simplemente porque al ex ministro brillante no le gusta ningún otro brillo que el suyo. Para él, Asuntos Exteriores era su dominio exclusivo. Y no iba a entrar ninguna otra bestia grande.
Además, con todos los ministros que nombró Bouteflika, era él (Lamamra) quien siempre estaba en movimiento. Y cuando estaba exhausto, afectado por la enfermedad, eligió al que mejor podía reemplazarlo, es decir, el que iba a hacer el trabajo por él.
Hoy, con el presidente Tebboune, con quien tiene fuertes vínculos, Lamamra trabaja en un clima de confianza. En un clima de consulta y consideración. La historia nos lo ha enseñado: no hay gran diplomacia sin un perfecto entendimiento y simbiosis en la cima: Boumediène / Bouteflika, Nixon / Kissinger, Poutine / Lavrov.
Lamamra no tiene la ambición de ser primer ministro ni la de ser otra cosa, nada más que ministro de Asuntos Exteriores, eso es lo que mejor sabe hacer, una voz al servicio de Argelia. Pero qué voz!
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