Mohamed VI ''erdoganiza'' la diplomacia marroquí para lograr sus objetivos políticos.


Ahmed Zain.

ECS. Madrid. | Para cambiar la posición de la Unión Europea sobre el Sáhara Occidental, Rabat ha abierto dos frentes con Madrid y con Berlín. Como Erdogan, Mohamed VI juega la carta de amenaza y chantaje migratorio. Falto de toda estrategia al no haber alguna para validar su violación del derecho internacional en el Sáhara Occidental, acude a los métodos más abyectos que usó Erdogan, el presidente turco, durante la crisis migratoria de 2015 con los refugiados sirios. 

Hace dos meses, fueron más de 10.000, la mayoría menores, los que saltaron al agua desde la costa de la pequeña ciudad marroquí de Fnideq, en el extremo norte de Marruecos, para evitar nadar y poner en riesgo su vida, bordearon los espigones de Ceuta, principal enclave español en suelo norteafricano. En cuestión de minutos, las fotos se hicieron portada en los medios occidentales, incluido aquella, sobrecogedora, en la que un agente de la Guardia Civil rescata un bebé ahogándose.

Pero este brote de la migración irregular en el flanco sur de Europa fue orquestado por Marruecos, haciendo que Bruselas salte conmocionada por el rey Mohamed VI, socio fiel hasta ahora de la Unión Europea, por comportarse como un imitador del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

En el origen de esta ola migratoria, está la voluntad de Rabat para hacer pagar al gobierno de Pedro Sánchez el recibimiento dado al enemigo público número uno de Marruecos, el presidente de la República Saharaui y líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, quien estaba enfermo de Covid, siendo tratado en un hospital español por “razones humanitarias”. Como recordatorio, el Frente Polisario reclama la independencia del Sáhara Occidental, esta antigua colonia española invadida militarmente por Marruecos en 1975, que hasta el momento sigue estancada en la ONU.

Tras la recepción y acogida del presidente saharaui, Marruecos manifestó a Madrid su "exasperación". Seis meses antes, Rabat llegó a un acuerdo con los Estados Unidos e Israel como parte de los Acuerdos de Abraham. A cambio de la normalización de relaciones con el estado hebreo, el reino obtuvo el reconocimiento por parte de la administración Trump de su soberanía sobre el Sáhara Occidental, junto con una promesa de ayuda económica y concesiones de armas sofisticadas, entre ellos drones armados Sea Guardian. Un acuerdo diplomático que la nueva administración de Biden no lo niega pero tampoco lo confirma aunque los principales socios de Rabat dentro de la Unión Europea (Francia, España y Alemania) no lo siguieron.

"Erdoganización" de la diplomacia.

En junio, tras la crisis migratoria de Ceuta, el Parlamento Europeo adoptó una resolución calificando la aventura marroquí como "medio presión inaceptable". El uso de Marruecos de la migración irregular, le valió al Reino alauita, por primera vez, ser colocado en el mismo barco que Turquía. Sin embargo, Bruselas, París e incluso Madrid actuaron entre bastidores para finalmente no imponer restricciones a Rabat y reduciendo la condena a un arma de presión política.

Mientras que Marruecos decía que se negaba a jugar el papel de "policía de Europa", a pesar de que se beneficia desde 2019 de un presupuesto total de 147,7 millones euros otorgados por la UE como parte del Fondo Fiduciario de Emergencia para África, creado en 2015, y destinado a luchar contra la inmigración ilegal y la trata de blancas y seres humanos, proteger a las personas vulnerables y fortalecer el desarrollo económico.

Todo esto además sin contar la ayuda bilateral que destina regularmente a las fuerzas de seguridad marroquíes equipos de vigilancia costera. " Marruecos, a diferencia de otros socios como Argelia que colabora activamente contra la inmigración irregular, tiende a señalar su carencia de medios y a pedir dinero", enfatizó un artículo del diario El País.

Según Bruselas, Rabat estima que necesita 434 millones euros al año para cubrir el coste para controlar sus fronteras, señalando que el país es también una zona de tránsito para miles de inmigrantes subsaharianos. En 2018 se registró un récord histórico con la llegada de 64.000 personas por tierra y mar. España se convirtió entonces en el mediador entre Rabat y Bruselas y logró defender sus intereses ante la UE, que desde entonces ha reforzado su apoyo económico. El flujo migratorio se redujo a la mitad en 2019, pero solo un año más tarde, en 2020, el país fue una vez más el centro de la crisis migratoria: 23.000 personas, de los cuales el 50% eran de nacionalidad marroquí.

La "erdoganización" de la diplomacia marroquí con Europa, y particularmente con España no data de esta última crisis. Desde 2019, Rabat ha decidido unilateralmente imponer un bloqueo económico a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, decretado oficialmente para acabar con el contrabando. El comercio ilícito transfronterizo hasta ahora llevado a cabo diariamente por 'mujeres mulas' sobrecargadas de contrabando. Asfixiar a los enclaves es parte de un gran proyecto de Mohamed VI: transformar el norte de Marruecos en una región económica que compita y rivalice con el sur de España (Andalucía). Con la ayuda de multinacionales francesas (Renault, TGV) Tánger ha cambiado en los últimos años hasta convertirse en una especie de polígono industrial competitivo.

En marzo, el reino también abrió las hostilidades en otro frente, esta vez con Alemania, utilizando la misma "estrategia de choque" para reconsiderar sus relaciones con Berlín. La reacción alemana a la declaración de Donald Trump reconociendo la supuesta soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental no le hizo bastante gracia a la diplomacia marroquí. Berlín aseveró que la nueva posición de Washington es contraria a la legalidad internacional; "no era probable que favoreciera el proceso político bajo los auspicios de las Naciones Unidas''. Alemania incluso convocó una reunión a puertas cerradas en el Consejo de Seguridad para evaluar la situación.

Una prueba de fuerza.

Recientemente, en el Parlamento de Bremen se erigió la bandera de la República Saharaui como muestra de apoyo al pueblo saharaui en unos momentos excepcionales: guerra y tensiones con Rabat. No solamente fue eso, la concesión de asilo político por parte de Berlín a Mohamed Hajib, un salafista buscado por Rabat, empujó a la ruptura: la diplomacia marroquí anunció la congelación de sus relaciones y clausuró todos sus programas de cooperación con Alemania, el séptimo socio comercial del reino.

Tanto el enfrentamiento con Madrid que desató al principio -deseado y aplaudido por Rabat- contra la entonces Ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, encaja en una antigua relación de barrio tan complejo como atormentado, tanto como la crisis con Berlín, de un nuevo tipo, es reveladora acerca de la nueva postura potencialmente belicista de Rabat hacia Europa.

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