Detrás de la ideología del «racismo antiblancos», la persistencia francesa en la cuestión colonial.

París, 29 Septiembre de 2019. -(ECSaharaui)




Redacción | ECSaharaui 


El « racismo antiblancos » es una construcción ideológica destinada a relativizar el racismo sistemático, social y cultural, que sufren los árabes y los negros. Su ascensión en el debate público demuestra la ceguera francesa sobre la cuestión colonial, sobre su dilación en el tiempo y su persistente actualidad.




La extrema derecha puede alegrarse: su estrategia de hegemonía cultural ha marcado un nuevo punto. Tras haber conseguido imponer la inseguridad, la inmigración y el islam como obsesiones mediáticas y gubernamentales, destronando las ambiciones sociales y las aspiraciones democráticas, ahora logra relativizar y banalizar el racismo a través de la promoción de un « racismo antiblancos ». Ha bastado una declaración de Lilian Thuram sobre los insultos racistas dirigidos a los jugadores de color en los estadios, para que se propague en el debate público, de France Inter a Mediapart, una docta reflexión sobre las supuestas derivas de un antirracismo que ignoraría este nuevo « racismo antiblancos » cuya existencia es proclamada, evidentemente, por el semanario Valeurs actuelles.



La portada del semanario francés Valeurs actuelles del 12 de septiembre de 2019.

Nadie es inmune, debido a su cultura, su pueblo o su origen, a ser víctima de prejuicios que discriminan, desprecian o violentan otras culturas, otros pueblos u otros orígenes. En teoría igual para todos, la ley sanciona con toda razón este racismo, ya se trate de comentarios, conductas o violencias. Así es como Eric Zemmour ha sido condenado definitivamente por provocar el odio racial (contra los musulmanes), tras haber sido condenado anteriormente en 2011 (esta vez, sus comentarios se dirigían contra los negros y los árabes). Pero basta con constatar que estas condenas de un reincidente no perjudican a su carrera editorial y mediática, más bien al contrario, para entender que evocar, hoy, en Francia, un « racismo contra los blancos » es una construcción ideológica sin relación alguna con la realidad.

Pues el racismo, precisamente, no se resume a una ideología: es un sistema, una práctica social, una realidad institucional, una vivencia cultural. Ningún blanco vive en nuestro país lo que de manera ordinaria, negros, árabes y otros, prueba de una Francia plural y multicultural, soportan: controles raciales, discriminaciones de empleo, rechazo de vivienda, relegación social, desprecio cultural, comentarios inapropiados, invisibilidad de su historia, etc. Ningún blanco se enfrenta, debido a su apariencia, a un mundo que lo excluye, lo relega o lo hiere. Nunca un hombre blanco se sintió extranjero en Francia debido a su color de piel. Teorizar la existencia de un « racismo antiblancos », no es constatar la realidad sino, por el contrario, negarla borrando, por una pretendida reciprocidad en la discriminación, lo que han sufrido y continúan sufriendo negros y árabes por parte del mundo blanco, en completa (in)conciencia de los individuos que lo constituyen.




Se trata, en definitiva, de relativizar el racismo real inventando un racismo irreal. En varias contribuciones justamente argumentadas (leer aquí, en francés), el ensayista y periodista Rokhaya Diallo subraya que « el » racismo se define por su carácter sistemático y, por consiguiente, ningún « racismo antiblancos » es discernible: « Si personas blancas se convierten en el objetivo de prejuicios y ataques, de injurias porque son percibidas como blancas, hay que condenarlo –escribe-. Pero es necesario recordar que no existe ninguna teoría que situaría a los blancos en los niveles más bajos de una jerarquía racial traducida en prácticas institucionales. Por este motivo, no podemos hablar de “racismo anti-blancos”. El racismo es un sistema de dominación, que no se limita a interacciones individuales ».

Otra militante feminista y antirracista, bloguera en Mediapart, Mélusione, ha mostrado que esta banalización de un « racismo antiblancos », bajo el pretexto de que el racismo no sería más que una ideología del odio contra el que ningún grupo humano está protegido, revela la misma operación ideológica que aquella destinada a legitimar la islamofobia: presentándola como una simple crítica laica a una religión, conseguimos hacer presentable y aceptable el antiguo racismo antiárabe y antimusulmán, incluso en el seno de la izquierda que hacía del antirracismo su estandarte.

« El racismo –añade con lucidez Mélusine-, no tenía que ser, necesariamente, una hegemonía blanca. Pero resulta que sí lo es, porque la historia contingente así lo hizo ». Entonces, los blancos están atrapados en esta construcción social: « Los blancos -continúa Mélusine- son un grupo social producido por el propio racismo: son blancos porque mantienen una relación particular de dominación con los grupos raciales, porque se distinguen de los no-blancos, porque ocupan, en igualdad de condiciones, una posición social y simbólica que es superior para ellos ».

Ayer como hoy, del lado de aquellas y aquellos que viven cotidianamente y durablemente el racismo, recuerda Mélusine, que habla desde su propia experiencia, « el calificativo “blanco” no designa una calidad del ser, sino una propiedad social: no habla de la identidad de los individuos, sino de su posición en la sociedad, en la relación de dominación racista ». Así es como las palabras de Lilian Thuram, publicadas en un periódico deportivo italiano, Corriere dello Sport, el 4 de septiembre, deberían haberse entendido: « Hay que darse cuenta de que el mundo del fútbol no es racista, pero que hay racismo en la cultura italiana, francesa, europea y, en general, en la cultura blanca -declaró el exfutbolista internacional-. Es necesario tener el coraje de decir que los blancos piensan que son superiores y que creen que lo son ».

Hoy, los blancos pueden confundirse, considerando este comentario como una esencialización inoportuna que los categorizaría, en bloque, en un supremacismo que también, en ciertas ocasiones, combaten. Pero su conmoción será aún más creíble cuando sean capaces de reconocer, al observar la historia de Francia y Europa, su poder y su riqueza, hasta qué punto el enunciado de Lilian Thuram es rigurosamente cierto.






Vía Mediapart

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