El Sáhara Occidental, una nación inmortal

Madrid, 13 Enero de 2020. -(ECSaharaui).






Redacción Abdurrahaman Budda/ECSaharaui.


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Ejército saharaui/Foto de Farouk Batich


En enero de 1958 se firmó en Las Palmas un acuerdo entre España y Francia con el fin de organizar una agresión contra el Sahara Occidental. Esta operación fue denominada: Operación Teide (Ecouvillón para los franceses). Más de cien aviones, casi 20.000 soldados y cientos de piezas artilleras emprendieron una operación en la que la aviación bombardeó sin piedad con metralla y fósforo el territorio saharaui.






Las oleadas de aviones pasaban cada día tirándole a todo lo que se movía, animales, personas o jaimas. Muchos civiles perecieron y decenas de rebaños de cabras manadas de camellos murieron y los pastos fueron quemados. Después de esta tragedia la mayoría de las familias, despojados de su medio de vida, abandonaron el desierto y se establecieron en las ciudades.

18 años más tarde, en los días 18, 20 y 23 de febrero de 1976, la aviación marroquí bombardeó con fosforo blanco y napalm, armas que queman la piel y llegan a deshacer la carne y los huesos, a la población civil en la localidad de Um Draiga. El resultado fue de 300 heridos, y entre 2000 y 3000 muertos Entre ellos niños, ancianos y mujeres quemados y descompuestos por los bombardeos destinados a borrar del mapa la población saharaui en una cobarde limpieza étnica.

Ante la salvaje agresión marroquí-mauritana, los guerrilleros saharauis combatieron heroicamente a los invasores de las naciones del sur y el norte, apoyados por la injerencia directa de los franceses, a pesar del gran poderío militar de estos ejércitos, los saharauis fueron los vencedores, aquellas históricas batallas fueron atestiguadas por periodistas extranjeros, entre los cuales figuraba, Arturo Pérez Reverte, quien relato los hechos de la siguiente manera:

“Todo comenzó en octubre de 1975, cuando el Ejército español del Sáhara estaba desplegado en la frontera norte de aquel territorio frente a los integrantes de la Marcha Verde marroquí; invasión de personal civil mediante la cual Hassan II pretendía conseguir la entrega de la colonia española. Mientras este acontecimiento se desarrollaba en el sector occidental del paralelo 27-40, unidades marroquíes penetraban por el sector oriental de la frontera norte, abandonado por los españoles en su repliegue hacia el Aaiún y la costa atlántica.

En noviembre tuvieron lugar, en la montañosa región de El Farsia, los primeros combates —duros combates— de la que todavía era “guerra secreta” entre marroquíes y polisarios. En un terreno quebrado, difícil y que desconocían por completo, los soldados de las FAR descubrieron rápidamente el daño que podían causarles algunos centenares de buenos conocedores del lugar equipados con armamento elemental y con una elevada moral. En cuanto a los saharauis, armados con viejos fusiles MAS-36 y MAS-39, algunas ametralladoras de 7,62 mm. y varias docenas de Land Rover de procedencia civil o capturados a las tropas españolas, eran perfectamente conscientes de que se encontraban en el prólogo de la que sería una larga y agotadora guerra.

Con la retirada definitiva de los españoles y la instalación de los soldados le Rabat en el territorio, el Mando de las FAR se mostró confiado en un rápido aplastamiento de la resistencia saharaui.

Del mismo parecer eran los militares mauritanos, que pasaron a ocupar la parte sahariana del sur, que les había sido reservada en los acuerdos firmados con España, en Madrid. Por aquellas fechas, en El Aaiún, el entonces coronel Dlimi, jefe de las FAR del sector, manifestó que “el Polisario no existe. Sólo hay algunos disidentes que serán dominados en pocas semanas” Este error de subestimar al enemigo habría de traerles trágicas consecuencias a las tropas marroquíes y mauritanas durante los primeros tiempos de la guerra.







Creado en 1973,el Frente para la Liberación de Seguia el Hambra y Río de Oro —Frente Polisario— no contaba, al principio, mas que con un pequeño número de efectivos pobremente equipados por Argelia. Pero la disolución de las unidades de élite españolas compuestas por nativos, como fue el caso de la Policía Territorial y las Tropas Nómadas, arrojó en brazos de la guerrilla a dos mil hombres con la adecuada preparación militar y con una alta experiencia en el desierto. Los mejores de entre estos ex-soldados españoles se convirtieron rápidamente en jefes de unidades operativas, adiestrando a los nuevos reclutas procedentes de la población civil que huía hacia la frontera argelina, para refugiarse en la región de Tinduf.

Consciente de que su fuerza futura dependía de la recuperación de estas gentes, el Polisario centró sus esfuerzos en ayudar a los saharauis a ganar el santuario de Tinduf, asignándole carácter prioritario a esa tarea. Logrado tal objetivo, y ya en posesión de un material militar que podríamos calificar de medio —aquí hicieron su aparición los Kalashnikov, los lanzagranadas RFG-7, las ametralladoras de 12,70 y las primeras piezas antiaéreas, aumentándose el parque de inevitables Land Rover—, el Polisario adoptó una estrategia encaminada a obligar a los marroquíes a extender al máximo sus líneas de defensa, al objeto de aprovechar los puntos débiles del despliegue enemigo. De esta forma comenzó una guerra de emboscadas y pequeños golpes de mano, en el norte del Sáhara, que no preocupaba todavía demasiado a Rabat.

Pero el objetivo militar del Polisaro, en aquel entonces, no era Marruecos, sino Mauritania. Allí fue donde concentró sus esfuerzos, desencadenando una agotadora guerra de desgaste. El pequeño Ejército mauritano debió soportar ataques continuos contra la línea férrea de las minas de hierro de Zuerat, que iba hasta Nuadibú, acabando por quedar paralizada la actividad minera, arruinando la economía del país. El Polisario lanzaba a través del territorio mauritano incursiones de largo alcance que incluso afectaron a la capital, Nuakchot. Eso sí, el asesoramiento técnico de los militares franceses, que operaban adjuntos a los mandos mauritanos, hizo posible que el Polisario encajara varias resonantes derrotas, en una de las cuales murió el máximo líder de la guerrilla llamad El Uali.

LOS “JAGUAR” EN ACCION


Esta etapa fue funesta para el Polisario, pues la actuación combinada de las tropas mauritanas, de la Aviación marroquí y de los Jaguar franceses estuvo a punto de ocasionarle un colapso, en el sur. Decisiva resultó, especialmente, la actuación de los aviones que armados con dos cañones de 30 mm. y cargados con gran variedad de bombas y cohetes, iban también provistos con la cámara Omera 40, de reconocimiento fotográfico, y con equipos de contramedidas electrónicas (ECM). Gracias a este avanzado material, era relativamente fácil localizar a las columnas guerrilleras en el desierto y, lo más importante, impedir, tras los ataques de éstas, su repliegue en total impunidad.

Los días 12 y 13 de diciembre de 1977, después de una incursión contra la vía férrea de Zuerat, una columna polisaria formada por 150 vehículos fue diezmada por cuatro Jaguar, privándola durante la retirada de sus aprovisionamientos de munición y combustible. Para intentar defenderse del acoso aéreo, los saharauis se vieron obligados a reagruparse, al objeto de hacer un uso concentrado de sus cañones antiaéreos y de los SAM readquiridos.

Pero esta concentración agravó su vulnerabilidad ante las acciones puntuales de apoyo de fuego enemigo. Algo similar, aunque en condiciones diferentes, sucedió tras una incursión sobre Tmetmichat, cuando la Aviación marroquí diezmó otra columna guerrillera utilizando T-6 y F-5 en apoyo de las tropas mauritano-marroquíes que perseguían a los saharauis en retirada.

La guerra entre mauritanos y saharauis fue encarnizada. A ambos puede considerárseles étnicamente parientes, los dos conocían a la perfección el terreno y estaban habituados a moverse en las infernales condiciones de vida impuestas por un terrible desierto en el que las temperaturas rebasan los sesenta grados centígrados.

El valor desplegado por los mauritanos, que no combatían en el Sáhara ocupado por ellos, sino en su propia tierra, llegó a alcanzar muy altas cotas. Pero si por una parte los lazos tribales entre unos y otros convertían aquella guerra en impopular, por otra, el conflicto ocasionaba una terrible bancarrota económica del país. Como consecuencia de estos hechos, Mauritania estableció la paz con el Polisario, renunciando a su parte del Sáhara, en agosto de 1979.

Obtenida la neutralización del frente sur, el Polisario quedó con las manos libres para “echar el resto” en el frente norte. Libia ya había entrado en escena, sumando su ayuda a la argelina —y superándola, en los terrenos económico y militar. Fue así como el Polisario se vio dotado con armas de largo alcance y material moderno en general, al que se añadía el capturado al enemigo, y agrego:

Hasta finales de 1980, puede resumirse diciendo que los marroquíes controlaban las ciudades y los polisarios el desierto.

Cuando, tras la neutralización de Mauritania, la guerrilla volcó sus esfuerzos en el frente norte, la táctica marroquí consistía en intentar controlar la mayor parte posible de territorio, especialmente en la zona nordoriental, junto a la frontera argelina de Tinduf, santuario de los guerrilleros y sede de los campos de refugiados. Inmediatamente, el Polisario inició una serie de acciones encaminadas a hostigar las posiciones urbanas marroquíes desde el exterior y a cortar, mediante emboscadas y minado de pistas, las comunicaciones terrestres entre ellas. Una acción típica de este género fue la que presencié contra el perímetro defensivo de Smara, en el verano de 1977. Salí de Tinduf en un Land Rover con cinco guerrilleros, y tras dar un rodeo por territorio mauritano penetramos en el Sáhara por las proximidades de Ain Bentili.







Viajábamos de noche, con un faro encendido y otro apagado -—entonces usaban los saharauis este tipo de identificación entre ellos— o sin luces cuando rodábamos cerca de unidades marroquíes. De día, el vehículo era camuflado bajo una lona de color arena y arbustos, y dormíamos esperando la noche para volver a movernos de nuevo.

Llegamos así a Tifariti, en donde nos unimos a una katiba, el equivalente saharaui de la compañía, compuesta por un centenar de hombres en una quincena de vehículos. Seguimos camino, siempre viajando en la oscuridad y camuflándonos de día, llegando a las proximidades de Smara hacia las doce de aquella noche.

Por el camino, saliendo de lugares insospechados, la columna se iba engrosando con nuevas fuerzas que aguardaban en lugares de cita previstos de antemano. A las tres de la madrugada, en torno a Smara había medio millar de guerrilleros surgidos inesperadamente del desierto. A las tres y cuarto se desencadenó el ataque, con fuego de morteros, lanzagranadas y armas ligeras de infantería. Yo acompañaba a una unidad de dos morteros de 61 milímetros montados sobre Land Rover, que realizaban media docena de disparos, se retiraban, volvían a ponerse en posición a quinientos o mil metros del lugar, disparaban nuevamente, y así hasta las cuatro y media de la madrugada. A esa hora, todas las unidades polisarias se retiraron.

El grupo fue disgregándose poco a poco durante la marcha, dispersándose en el desierto, y pocas horas después mi solitario Land Rover rodaba nuevamente hacia Tifariti. Aquella misma mañana, una unidad e infantería mecanizada marroquí, apoyada por blindados, salió en busca de los atacantes, y cayó en varias emboscadas preparadas por pequeños grupos guerrilleros. Al resto se lo había tragado el desierto.

Con golpes de este tipo, los polisarios consiguieron crear en las guarniciones marroquíes una pésima moral; la de hombres cercados y acosados por un enemigo despiadado, letal e invisible. Hasta tal punto llegó el peligro de emboscadas y minas, que las pistas terminaron por quedar impracticables para los soldados de las FAR. Aislados en el desierto hostil, soportando terribles temperaturas, esperando constantemente nuevos golpes, los marroquíes se enterraban en sus trincheras y recibían los suministros por vía aérea. En su audacia, los guerrilleros llegaron incluso a bombardear con morteros el Aaiún, infiltrándose por las quebradas de la Seguia el Hamra.

Los yacimientos fosfateros de Bucraa, así como la cinta que transporta este mineral hasta El Aaián, no tardaron en quedar paralizados. Los guerrilleros brotaban del desierto, golpeaban y volvían a sumirse de nuevo en su cobijo natural. A menudo, el Mando de las FAR cometía el error de salir en su persecución, y esta acción solía saldarse con graves pérdidas por las minas y las emboscadas, y el material marroquí pasaba a engrosar el equipo de guerra polisario.

Como manifestó un oficial marroquí prisionero “nos ordenaron limpiar un sector al sur de Hausa. Lo recorrimos de punta a punta sin encontrar ni rastro de los guerrilleros, que se habían retirado ante nuestro avance. A la semana, cuando estábamos más confiados, nos cayeron encima, en una larga sucesión de pequeños golpes duros y precisos. Era como una noria de polisarios que se turnasen para no dejarnos respirar. Salían de todas partes. Te tiraban desde un “guelb “(una colina baja) y cuando llegabas allí sólo encontrabas los casquillos vacíos. Llevaban cañones sin retroceso montados sobre Land Rover. Por fin, tras haber perdido una docena de vehículos y con más de treinta muertos, nos replegamos. Mi Panhard AML saltó sobre una mina, y me cogieron“.

En vista de que era imposible controlar el desierto, los marroquíes optaron por quedarse atrincherados en las posiciones fortificadas, sometidos a un periódico hostigamiento del enemigo. La Aviación, que al principio actuaba de forma masiva, no tardó en sentir los efectos de la modernización del material antiaéreo polisario, que en la actualidad cuenta ya con misiles tierra-aire Sam-6, Sam-7 y Sam-9. Los pilotos marroquíes dejaron de volar a baja altura sobre los sospechosos bosquecillos de tarjas o por las zonas de relieve accidentado.

El sector norte, la zona de territorio oficialmente marroquí comprendida entre el Draa y el paralelo 27-40, que constituye la frontera norte del Sáhara, fue el otro escenario en el que las fuerzas del Polisario se emplearon a fondo hasta mediados de 1980. Al objeto de distraer fuerzas del Sáhara y acrecentar el desgaste de las FAR, los polisarios se lanzaron decididamente a operar en las estribaciones sureñas de la montañosa zona de Yebel Uarkziz. Ni siquiera Tantán, ciudad marroquí situada junto a la costa atlántica, escapó a las incursiones sufriendo un espectacular raid en enero de 1979. En este terreno, los polisarios contaban, y cuentan, con la complicidad de buena parte de la población local, que es mayoritariamente de origen saharaui.







Los ataques en el sur de Marruecos arrojaron, por otra parte, un importante botín en material capturado: cazacarros austriacos Kurassier, 4MX-13 franceses, vehículos de transporte de infantería VAB Saviem, Panhard AML-90, carros soviéticos T-54, cañones sin retroceso de 106 mm., M40 Al, morteros, ametralladoras y cañones antiaéreos, vehículos todo terreno, lanza-granadas americanos, franceses y españoles, enormes cantidades de munición, ametralladoras francesas y norteamericanas de 12,70 y 7,62, fusiles de asalto FAL, Kalasnikov, Cetme… Y mucho de ello en perfecto estado de funcionamiento.

El momento cumbre del poderío militar polisario puede fijarse, sin la menor duda, en los combates que tuvieron lugar en Uarkziz, en marzo de 1980, en los que capturó los archivos del coronel Arzaz, comandante de las FAR en el sector del Draa. Estos archivos contenían planes de batalla, órdenes de operaciones y análisis de la situación que revelan y confirman las innumerables dificultades experimentadas por las tropas marroquíes tanto en el citado sector como en el Sáhara. Esa valiosa fuente de información, que ponía al descubierto todo el dispositivo marroquí en la zona, fue ampliamente explotada por la guerrilla, que consiguió en aquel momento sus más espectaculares logros militares, como el de Had Tigaert. Aquí los marroquíes alineaban trescientos vehículos, en su mayor parte blindados, concentrados para avanzar lentamente como un rodillo de acero, hacia la ciudad de Zag, donde cinco mil compañeros de armas sufrían desde hacía tres meses el cerco del Polisario.

El objetivo del puño blindado de las FAR consistía en despejar Zag y “limpiar los flancos de Uarkziz, infestados de rebeldes” según orden de marcha firmada por el coronel Dlimi, capturada durante la batalla. Seguros de sí mismos, los marroquíes esperaban que el Polisario tuviera la osadía de enfrentarse directamente con sus blindados. Y los saharauis tuvieron la osadía. La batalla duró diez días, y los marroquíes terminaron replegándose, dejando tras de sí treinta y siete vehículos destruidos. Unos meses antes, muy cerca de aquel mismo lugar, el Polisario había ya cosechado laureles en Lebuirat, posición constituida por treinta y dos blocaos defendidos cada uno por un carro T-54 enterrado. Un mes antes de su ofensiva, el Polisario lanzó sobre Lebuirat algunos ataques de tanteo, con pequeñas fuerzas, para comprobar la solidez de las posiciones. Entre otras cosas, se observó que los emplazamientos de los T-54 no eran idóneos ya que el movimiento de las torres quedaba restringido por la posición. Semanas después, los guerrilleros descargaron el golpe a las seis de la mañana, antes de que el calor abrasara el lugar. En dos horas, los marroquíes abandonaron las posiciones dejando atrás un mínimo de doscientos muertos —el Polisario anunció 800 y 90 prisioneros – y las carcasas humeantes de cuarenta y dos vehículos, incluyendo los famosos T-54.

Mientras tanto, en el territorio del Sáhara, la interminable sangría obligaba a los marroquíes a retirarse del El Farsía, Tifariti —que cambió de manos muchas veces—, Hausa y Amgala. Mahbes, el cerrojo de la frontera con Argelia, frente a Tinduf, había caído el 14 de octubre de 1979 a pesar de sus tres perímetros de defensa, su artillería y sus emplazamientos de cohetes situados alrededor del viejo fuerte que en el pasado estuvo ocupado por la Legión española.

En la mente de los estrategas marroquíes se afianzaba por fin la primera conclusión realista sobre la situación: era imposible controlar la inmensidad del desierto, y la supervivencia de pequeñas guarniciones cercadas, alejadas de las grandes bases y sin fiables comunicaciones por tierra con éstas, era problemática. Los soldados marroquíes, bajos de moral y con psicosis de cerco, muchos de ellos procedentes de regiones norteñas, y para los que el Sáhara es un terreno caluroso, hostil y desconocido, estaban condenados a desangrarse en una guerra interminable e insidiosa. El regalo español había sido un regalo envenenado, pero ya era demasiado tarde para renunciar a él. Había que mantenerse, pero ¿cómo? Utilizando sus Land Rover como eficaz arma de guerra, moviéndose como diablos en un desierto que conocen como la palma de la mano, los polisarios les asestaban una estocada tras otra, y aunque de vez en cuando se conseguía infligirles una derrota, si se les lograba sorprender agrupados y en terreno desfavorable, la tónica general era de frustración continua para las FAR.

Ravitualados desde sus santuarios de Tinduf, manejando un material de guerra cada vez más avanzado, moviendo con sigilo y rapidez, con sus puntos de suministro de combustible y munición bien ocultos en lugares secretos del desierto, inmunes a las infernales temperaturas, frugales y curtidos combatientes, los guerrilleros saharauis eran inaprehensibles. A mediados de 1980, su número se establecía ya entre 10.000 y 12.000 hombres, merced a la afluencia de voluntarios procedentes de otros países fronterizos, que venían a cubrir con creces las 2.500 bajas de muertos que, según los especialistas, ha sufrido el Polisario desde el inicio de la guerra. Frente a ellos, entre 100.000 y 140.000 marroquíes golpeaban a ciegas sobre la arena, con unas pérdidas humanas que, hasta primeros de 1981, e ya general DIimi cifra en 2.000 muertos y que los especialistas sitúan entre 7.000 y 10,000, sin considerar las astronómicas cantidades señaladas por el Polisario en sus partes de guerra. A ello hay que añadir unos 1.500 prisioneros marroquíes en manos de la guerrilla.”

Ante esta trágica invasión, los civiles saharauis emprendieron un largo y fatigoso éxodo que acabo en la inhóspita tierra argelina de Lahmada, ahí se establecieron, las enfermedades, la escasez de alimentos y las duras condiciones climatológicas acabaron con la vida de los más débiles.

El 31 de octubre de 1975 fue un dia tenebroso en la historia de la nación saharaui. Un dia como este, pero del año 2019, el Consejo de Seguridad de La UNO aprueba una resolución cobarde y traicionera, elaborada por potencias occidentales que apoyan y animan a la ocupación extranjera a seguir el camino equivocado, aprovechando la difícil situación política del aliado principal de los saharauis. El pueblo saharaui que tuvo una gran experiencia en superar todas estas difíciles circunstancias sabrá frustrar a este plan infrnal. Para lograr dicho objetivo es vital dar una repuesta férrea en el próximo congreso del Frente Polisario. Este congreso es una oportunidad para cerrar filas, consolidar la unidad nacional, designar el cuadro adecuado en su lugar apropiado y trazar una estrategia basada en minimizar la colaboración con la MINURSO y enfocar los esfuerzos en los múltiples frentes de lucha contra la ocupación extranjera para obligar, tanto a la comunidad internacional, como a Marruecos a reconocer al derecho legitimo del Pueblo del Sahara Occidental a conquistar su tierra usurpada y tener propio estado soberano e independiente.

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