Dajla, Agencia EFE, 10/03/2017 - El Confidencial Saharaui.
Las que Rabat llama "provincias del sur" viven en apariencia igual que cualquier provincia marroquí, con sus escuelas y hospitales, sus ayuntamientos, sus oficinas bancarias o sus cafés, pero el funcionamiento económico del Sáhara y la onmipresencia de los servicios de seguridad presentan claras particularidades.
De entrada, los productos básicos de consumo (gasolina, aceite, azúcar y harina) están subvencionados por el gobierno y son más baratos que en Marruecos; además, los funcionarios, que constituyen el grueso de la fuerza laboral en el Sáhara, tienen un sobresueldo por la penosidad que supone estar destinado en el extremo sur del país.
Por si estos privilegios no bastaran, está la famosa "cartilla" (llamada con el nombre español) que no es sino una subvención mensual de 2.100 dirhams (200 euros) por familia.
Todos estos beneficios son lineales y generalizados, pero hay además dos grupos de población con ventajas añadidas: primero, los "retornados" de los campamentos de Tinduf, que a cambio de romper con el Polisario y venir a El Aaiún o Dajla reciben un terreno gratuito y con frecuencia un puesto de trabajo como funcionario sin pasar un examen y a veces sin siquiera ocupar su puesto.
El otro grupo con derecho a tratamiento especial son los que los saharauis llaman "colonos", familias enteras traídas expresamente desde regiones del norte de Marruecos (usualmente habitantes de barrios pobres de las ciudades) para poblar el Sáhara.
En Dajla, estos "colonos" han sido reasentados en el barrio conocido como Wakala, donde cada día tiene lugar una curiosa operación, como pudo comprobar Efe: soldados del ejército marroquí llegan con camiones y reparten comida a sus habitantes, como si se tratase de damnificados de una catástrofe.
A todos estos beneficios "por abajo" se añaden los que se otorgan "por arriba" a las empresas, que están exentas de tributación si declaran su sede en el Sáhara.
Pero todo este sistema de privilegios está acompañado de lo que podría considerarse una segregación de la población local saharaui en ciertos puestos "sensibles", como la policía, el ejército y todo el aparato de seguridad, como señaló en su momento el Enviado de la ONU para el Sáhara, Christopher Ross.
Este apartamiento de los saharauis se aprecia también en los altos cargos de la Wilaya (el gobierno civil, verdadero poder en la región) y aun en las concesiones pesqueras o en los grandes negocios agrícolas, dominados por grupos marroquíes del norte, como denuncia el presidente de la Comisión Regional de Derechos Humanos (oficial), Mohamed Elamine Semlali.
Es como si el gobierno y sus estructuras "sintieran desconfianza hacia el saharaui", lamenta Semlali.
En 2013, el también oficial Consejo Económico y Social criticó con palabras más diplomáticas todos estos fenómenos, y reconoció que "dejan cristalizar la idea de que los representantes del Estado marroquí tienen el poder discrecional para distribuir las prebendas y las rentas".
Hay otro ámbito donde se pone en evidencia la excepción del Sáhara: no solo por la enorme cantidad de cuarteles que jalonan sus carreteras (del Ejército y de los cuerpos de seguridad), sino también por las barreras policiales que interrumpen constantemente el tráfico en las vías principales para que los agentes procedan a minuciosas verificaciones de identidad.
En un país como Marruecos que cada año visitan 5 millones de extranjeros, su presencia en el Sáhara Occidental suele despertar todas las alarmas, y ya sean diplomáticos, periodistas o miembros de oenegés, sus movimientos son vigilados por policías de civil con mayor o menor disimulo, que no tienen reparos en llamar a los hoteles para seguir de cerca sus pasos.
Por su carácter de territorio en disputa, las grandes multinacionales están prácticamente ausentes del territorio saharaui, y la anunciada apertura de un MacDonalds en El Aaiún resultó ser un bulo.
A Marruecos no le gusta que se destaque las diferencias de sus provincias del sur (como no sean las estrictamente folclóricas), pero sus propias políticas han logrado que el Sáhara Occidental funcione a todos los efectos un territorio distinto.
El gobierno de Marruecos aplica en el Sáhara Occidental un régimen de excepción consistente en una mezcla de privilegios y restricciones que no utiliza en el resto del territorio marroquí.
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De entrada, los productos básicos de consumo (gasolina, aceite, azúcar y harina) están subvencionados por el gobierno y son más baratos que en Marruecos; además, los funcionarios, que constituyen el grueso de la fuerza laboral en el Sáhara, tienen un sobresueldo por la penosidad que supone estar destinado en el extremo sur del país.
Por si estos privilegios no bastaran, está la famosa "cartilla" (llamada con el nombre español) que no es sino una subvención mensual de 2.100 dirhams (200 euros) por familia.
Todos estos beneficios son lineales y generalizados, pero hay además dos grupos de población con ventajas añadidas: primero, los "retornados" de los campamentos de Tinduf, que a cambio de romper con el Polisario y venir a El Aaiún o Dajla reciben un terreno gratuito y con frecuencia un puesto de trabajo como funcionario sin pasar un examen y a veces sin siquiera ocupar su puesto.
El otro grupo con derecho a tratamiento especial son los que los saharauis llaman "colonos", familias enteras traídas expresamente desde regiones del norte de Marruecos (usualmente habitantes de barrios pobres de las ciudades) para poblar el Sáhara.
En Dajla, estos "colonos" han sido reasentados en el barrio conocido como Wakala, donde cada día tiene lugar una curiosa operación, como pudo comprobar Efe: soldados del ejército marroquí llegan con camiones y reparten comida a sus habitantes, como si se tratase de damnificados de una catástrofe.
A todos estos beneficios "por abajo" se añaden los que se otorgan "por arriba" a las empresas, que están exentas de tributación si declaran su sede en el Sáhara.
Pero todo este sistema de privilegios está acompañado de lo que podría considerarse una segregación de la población local saharaui en ciertos puestos "sensibles", como la policía, el ejército y todo el aparato de seguridad, como señaló en su momento el Enviado de la ONU para el Sáhara, Christopher Ross.
Este apartamiento de los saharauis se aprecia también en los altos cargos de la Wilaya (el gobierno civil, verdadero poder en la región) y aun en las concesiones pesqueras o en los grandes negocios agrícolas, dominados por grupos marroquíes del norte, como denuncia el presidente de la Comisión Regional de Derechos Humanos (oficial), Mohamed Elamine Semlali.
Es como si el gobierno y sus estructuras "sintieran desconfianza hacia el saharaui", lamenta Semlali.
En 2013, el también oficial Consejo Económico y Social criticó con palabras más diplomáticas todos estos fenómenos, y reconoció que "dejan cristalizar la idea de que los representantes del Estado marroquí tienen el poder discrecional para distribuir las prebendas y las rentas".
Hay otro ámbito donde se pone en evidencia la excepción del Sáhara: no solo por la enorme cantidad de cuarteles que jalonan sus carreteras (del Ejército y de los cuerpos de seguridad), sino también por las barreras policiales que interrumpen constantemente el tráfico en las vías principales para que los agentes procedan a minuciosas verificaciones de identidad.
En un país como Marruecos que cada año visitan 5 millones de extranjeros, su presencia en el Sáhara Occidental suele despertar todas las alarmas, y ya sean diplomáticos, periodistas o miembros de oenegés, sus movimientos son vigilados por policías de civil con mayor o menor disimulo, que no tienen reparos en llamar a los hoteles para seguir de cerca sus pasos.
Por su carácter de territorio en disputa, las grandes multinacionales están prácticamente ausentes del territorio saharaui, y la anunciada apertura de un MacDonalds en El Aaiún resultó ser un bulo.
A Marruecos no le gusta que se destaque las diferencias de sus provincias del sur (como no sean las estrictamente folclóricas), pero sus propias políticas han logrado que el Sáhara Occidental funcione a todos los efectos un territorio distinto.
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